¿De quién son los objetos de alguien que ha muerto? ¿Qué nos autoriza a convertirnos en una especie de saqueadores nocturnos? ¿Qué nos da derecho a obtener algo de lo que evitamos pagar el precio? ¿Cómo entender a quién perteneció, y lo que queda de ella? ¿Qué valor, qué consuelo, qué dolor, que acción tuvo en vida del que lo tuvo? Del que lo tuvo en las manos, del que posó la mirada en ellos.
Cuando su madre murió, mi padre dejó la casa con todo adentro, cuadros, muebles, relojes, y solamente se quedó con una foto que conservó mientras vivió en su mesa de luz. Como si el resto fuera inútil.
En Villegas, (Dirigida por Gonzalo Tobal, 2012,Argentina) Esteban Bigliardi entra una noche con su prima a la casa de abuelo que ha muerto en su pueblo natal y mira y toca los objetos pero es incapaz de quedarse con alguno, demora escuchando en su cabeza la música de los discos del que los escuchó antes, como si aún le pertenecieran al que no está, como si espiara por una pequeña ventana lo que queda del otro.
Y no importa que creamos que sabemos, que estudiamos o entendemos.
Tal vez, como en el film Mercado de Futuros, de Mercedes Álvarez (España, 2011),vendamos ciudades que no existen, falsas casas que habitaremos porque la codicia nos heló el alma.
Hay una escena del documental de Álvarez en que las bibliotecas, los muebles de una casa son arrojados a una plaza seca y la gente camina por encima de los objetos, como peces en busca de comida, y un viejo, en un puesto de trastos, se resiste a vender algo que tiene, como si esas personas no fueran las adecuadas, como si los compradores desconocieran todo, apenas estuvieran necesitados de procurarse algo barato.
¿Qué queda de esos momentos? De la memoria del que vivió en un espacio, en una casa con sus objetos. Un sentimiento de que la casa se abandone y se caiga con sus paredes y su humedad, ya que no está el que la vivía.
¿Qué queda de esas personas que han vivido? ¿Qué imagen queda en la memoria de los espejos de los armarios?
En Blade Runner, (dirigida por Ridley Scott, Estados Unidos, 1982) el androide deRutger Hauer, necesita, extraña desesperadamente recordar: quiere una memoria, porque es lo único que lo hace humano. Como si al morir perdiéramos ciudades maravillosas, increíbles hechos irrepetibles, imágenes deslumbrantes en la noche, imposibles objetos como la vida: un cofre de vestigios del tesoro de lo que fuimos.
“Esos momentos se perderán en el tiempo”, dice al final.
“Esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”
Roberto Camarra
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