Raymond Depardon |
A veces los espacios me ponen triste. Hay algo en ellos que conservan la gente que pasó y que los habitó y luego la pérdida. La gente se va, todo sigue igual pero no exactamente igual.
Recuerdo algo que pasó una vez en mi casa. Pero no lo voy a contar ahora.
Pero hace unas horas estuve un largo tiempo haciendo cola para ver a Raymond Depardon. Ví mucha gente conocida, y otra gente que conozco de fotos. A veces intento ser invisible, pero me ven y a veces me saludan como Camila Polo. Pero adentro la Cronopios está llena y no hay sillas vacías.
Depardon es fotógrafo y documentalista y es de esas personas que ya has visto, porque has visto sus imágenes. El tipo estuvo en Mogadiscio y había helicópteros asesinos y perdió amigos en Camboya y vio cómo la foto de prensa se convertía en otra cosa y de qué manera acabó una época con Life y París Match y el colonialismo francés en Algeria y tomó champán en aviones con candidatos presidenciales y estuvo comiendo sopa con los campesinos franceses, y habló de la vida en el campo, algo que me hizo acordar a John Berger, y le prohibieron un film sobre un héroe devenido en presidente que sueña con largar todo e irse cazar animales a África.
Y también estuvo por aquí y por allá, antes y después y ahora, incluso en el sur; estuvo en el Chile de Allende cuando le devolvieron las tierras a los mapuches y dijo que fue el único momento en el que no sintió temor.
Probablemente no sepa que unos inescrupulosos funcionarios locales acaban de vender al cerro Chapelco en el sur argentino. Esto es algo que yo no sabía. Pero el señor que fundó Gamma para cuidar las condiciones laborales de los fotoperiodistas y que hizo casi todo, habló de cine y de la responsabilidad de acercarte a algo. Depardon se hizo fotógrafo en África y “África te hace duro”, dijo, compartió aventuras con otros fotógrafos locos y amantes de la violencia y estos lo amenazaron para que no usara las imágenes a favor suyo, pero él pensó que no, que estaban locos, que hay una responsabilidad y que también hay amor.
Las imágenes dijo, a veces no funcionan. Y entonces es mejor irse. No vale la pena insistir.
Como en los lugares que vivís, o en los que trabajás, supuse.
Como con el amor, pensé yo. Y tuve suerte y me alcanzaron un micrófono al final de la charla y le pude preguntar por la amorosa responsabilidad cuando sacás fotos o cuando hacés una película.
Al final de la charla los camarógrafos y los fotógrafos que crucé me dijeron que no me había contestado. Que se había ido por las ramas. Pero las verdaderas respuestas son secretas y lo real es que el comentó que nos quedaríamos hasta medianoche hablando de eso.
Pero dijo algo corto: contó una historia de un siquiátrico, y de la gente arrojada ahí, y de un juicio de tenencia de alguien que no puede tener a sus hijos. Y contó que en determinado momento estaba filmando afuera del hospital siquiátrico en algún lugar perdido del mundo en las afueras de los seres más olvidados y una persona salió de la nada y fue hacia la cámara y él estaba solo. Y la vio, y comenzó a filmar porque iba hacia él, y no podía hacer foco, e hizo lo que pudo. Y la persona se acercó y le agradeció que la invitara un café cuando no tenía nada que tomar. Y la persona se fue y el giró como pudo con la cámara y la mujer se hizo pequeña y Monsieur Depardon pensó que eso no puede armarse. Y recordó que hubo un juicio y él no sabía quién era, y no la conocía pero sintió la necesidad de invitarla un café.
La mujer peleaba por una tenencia de sus hijos, una mujer perdida en estas instituciones y sin nada que tomar, y cuando lo vio a lo lejos se acercó a darle las gracias al que le había dado algo que tomar cuando no tenía nada.
De enigmas están llenas las cosas.
Pero luego me fui con la gente del área de fotografía a Rolf a la inauguración de Gabriel Valansi, y allí encontré y saludé gente elegante como Manolete al que cruzo en las inauguraciones y Karina Acosta con la que estuve de jurado en San Isidro: gente que hace cosas y que las cosas que hace siempre brillan, y que están siempre elegantes. Y luego regresé caminando con Adrián por las calles de Buenos Aires que serían más lindas si no las rompieran todo el tiempo y las privatizaran a toda velocidad y en el Recoleta estaba Seba Ibarra cantando en la terraza. Hacía frío pero saqué unas fotos y había una reposera y me quedé.
Al final voy a decir lo que pasó, porque luego dudaba entre ir hasta El Benny porque tocaba Lila y siempre es un placer escucharla y estaba la Semana de Cine Italiano en el Village. Al final con un poco de tiempo viajé a lo que queda del barrio de Palermo antes que fuera lo que ahora es.
Lila Frascara estaba con fiebre pero no se notó porque tiene una voz maravillosa y porque toca con un dream team que hacen magia dónde tocan. Y vino a saludarme Yamila Ramírez que hizo un taller conmigo en el Recoleta: Yamila es bailarina y la he visto volar en la televisión en concursos de baile, pero en la vida real parece más liviana que el aire.
Y salude a Lila que hace talleres de canto para adultos y para gente en rehabilitación. Me gustaría ser invisible, pero a veces es mejor que no porque hay gente que te cambia el día.
Pero quería contar algo que había pasado en Recoleta. Había salido de la penumbra de la obra de Valansi y ahora estaba en la penumbra de la terraza del CCR, había gente que conocía, pero como siempre me sentía solo. Seba Ibarra cantaba en el escenario y me acordé, yo que pierdo la memoria constantemente, que lo habíamos entrevistado en la radio, cuando estábamos en un programa demente y con gente irrepetible. Estaba Facundo Lozano que parecía ver mucho antes lo que luego iban a reconocer como muy bueno, y había un grupo enloquecido: ninguno de nosotros terminaba de saber hacer un programa de Cine y Rock y por eso, a lo mejor, salía como un objeto único, diferente y efímero. Y a veces extraño las madrugadas de los lunes a la salida de la radio en el billar La Academia con todos los freaks que traía el dolor del domingo; las parejas de sacos blancos y vestidos de seda refulgente y maquillajes de maniquí en la vereda del hotel Bauen cayéndose hacia Callao. Los dementes que leen La Odisea en una edición de bolsillo de un lunes de una Buenos Aires antropófaga.
Pero estoy en la terraza y Seba Ibarra, que es un folclorista, cuenta dos cosas antes de unos temas.
La primera es que él había sido profesor de química antes de la música y se ganaba la vida con eso pero se puso a pensar en la distancia y el vacío que hay entre los átomos y los electrones y que en el fondo claro, no somos más que eso, no somos más que vacío, un montón de vacío dentro de un vacío en el que giramos.
E hizo una canción sobre esto. Pero también hizo una canción sobre unos perros.
Contó que en Chaco, como en tantos lados, hay modas crueles y la moda era adoptar perros siberianos. Imagínense perros de la nieve en el Chaco. Seba Ibarra habló de la parte seca y la parte húmeda de la ciudad en la que vivía y en la cual huían los perros desesperados de calor y el imaginó que esperaban ése momento del año en el que aparecen los hombres disfrazados de rojo, con aerosoles que echan una nieve de espuma y ellos creen ver la nieve.
Digo esto porque tengo una amiga que está de viaje por Chile, y ella nunca tocó la nieve, y que acaba de verla desde el avión, pero por ahora llueve y está en Valparaíso donde suenan las alarmas y hay alerta de tsunami, parece que falsa porque se provocó un incendio. Y creo recordar la primera vez que ví la nieve y me gustaría con todo la fuerza que la nieve caiga sobre su cara. Hay una película de los Lumiére, que es bellísima, y como todas las cosas bellas, corta, en donde la gente realiza una feroz pelea de bolas de nieve en París.
Como Depardon dice, hay planos, como la de la persona del siquiátrico que le agradece un café, que no se pueden volver a hacer, que eso que sucede es más importante que todos los planos de las puertas del hospital y que es irrepetible y tan importante porque es gente como vos y yo.
Y que eso no lo deberíamos olvidar nunca, más allá de las cosas que no deberíamos hacer, ni de las palabras que no deberíamos decir.
Y entonces entiendo la respuesta de Monsieur Depardon: que hay una responsabilidad del amor, y que nosotros tenemos, como dice Walker Evans, una cámara, pero las imágenes que producimos es lo que somos nosotros.
Pero vuelvo al momento en la terraza.
Estoy en la terraza, tiempo más tarde. Seba Ibarra canta y no somos más que diez personas ahí, en el frío.
Y Seba Ibarra canta y yo siento que somos un poco como esos perros siberianos, exiliados de su eterno invierno, olvidados en un desierto de calor, que esperan el milagro de la nieve que llegue a socorrerlos.
Roberto Camarra, 8 de junio de 2017. A los periodistas que hablaron cuando todo era un mar de silencio.
La fotografía es de Raymond Depardon.
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