Nada de lo que quedó
Entre 2009 y 2013 mis
padres murieron.
Cuando alguien muere
quedan las radiografías de la enfermedad, las habilidades que tuvimos y que
certifican los registros de conducir y los diplomas de la facultad, las fotos
carnet y las cuotas de las asociaciones a las que nos sometimos, manojos de
llaves inútiles, juegos de copas incompletos, huellas que recuerdan el tiempo
del cuerpo en la cama y algo mal acomodado, a medio hacer, como prueba de que
alguien se fue a las apuradas y nunca llegó a cerrar la puerta del patio.
También quedan las paredes
de la casa que se deteriora, los techos que se llueven, lo que ya los padres
ancianos no podían detener, el azogue de los espejos que es el efecto de la
locura y del tiempo, las manchas de la humedad, las ramas y las flores del palo
borracho que tapan los desagües de la terraza, libros de colecciones de la
editorial Kraft que ya no existe, tapas amarillas, y ajadas.
Quedan las notas de amor
en los cuadernos infantiles, las recetas escritas a mano en pequeñas hojitas
agregadas a los manuales de cocina, las interminables cuentas de los servicios
a nombres de otros que quedan como fantasmas de la familia, los dibujos
infantiles y los bordados, las máquinas de calcular inservibles que ya tienen
despegados los números de los teclados que son reemplazados por un papelito
escrito a mano y pegado.
Cuando alguien muere
aparece como si no hubiese esperado otro momento para mostrarse, la
insensibilidad de un pariente directo para embolsar o regalar o vender los
abrigos, los zapatos, los vestidos, los regalos, las cajitas, los objetos
ajenos y que no le pertenecen y nunca le pertenecerán aunque terminen en un
falso perfil de venta de internet.
Aparece entonces lo
miserable, para apropiarse de la casa como si fuera suya, como si fuera propia,
como si pudiese ser de alguien que no sea el que la vivió, por el solo peso de
la herencia, salteadores nocturnos de lo que nos afecta y de lo que nos
arramblamos como ladrones oscuros y sin memoria.
Entre 2009 y 2013 realicé
algunas fotos con cámara automática de lo que veía y encontraba.
Imprimí estas fotos en
canvas.
Llamé a esta serie NADA DE LO QUE QUEDÓ.
Estas fotos se exhiben en
FOLA en el marco del año 25 del taller de foto de la FADU UBA, junto a imágenes
de otros artistas y de proyecciones de participantes de los talleres que
realizamos.
También hay una placa de 4
por 5 pulgadas en transparencia puesta en backligth. La foto es de mi padre en
la cama cuando mi madre lo cuidaba. Por un error de la toma, la placa quedó dos
veces expuesta. Por esa falla, la mirada de mi padre parece observar como un
único ojo que se abre y se cierra, como creo que acaso nos miren los que ya no
están. En el montaje y por una cuestión de armado, la luz del dispositivo quedó
muy baja. Entiendo que a veces el azar decide, y de todas maneras, NADA DE LO
QUE QUEDÓ es aquello que difícilmente podría haber tenido ningún tipo de luz.
En todo caso, la luz
estará si respetamos lo que hicieron otros, lo que otros necesitan de esos
objetos, (la memoria, es acaso un objeto incontable y lleno de amor y dolor,
ambiguo e impreciso como la forma de un objeto infinito: las flores que hizo mi
padre en una pared de su casa y que ahora tiene una capa de pintura de color
horrendo encima; cierta ropa de mi madre que descubrí con horror en la basura y
tirada en la vereda, en el apuro que los familiares tienen por arrojarlo todo),
lo que nosotros hicimos con esas cosas.
Aunque lo valioso, como le
ocurrió a un amigo, quepa en una caja de zapatos.
Poco antes de morir llevé
a mi padre a la calle Campillo. Afuera había sol. Adentro había otros dueños.
Enfrente, en la Agronomía, mi abuelo me llevaba días así a ver los animales que
poseía la facultad.
Detuve el auto mientras mi
viejo, que ya no podía sostenerse en pie, miraba por la ventanilla los árboles,
el bar de la esquina que ya no estaba, los vecinos que habían cambiado, y lo
que había vivido cuando era un chico en la vereda y que yo no podía ver.
Adentro de la casa de sus padres, cuando a mi vez fui chico, yo jugaba con
soldaditos y animales de plástico en el piso de madera. Aún recuerdo la radio vieja, la olla del
puchero de mi abuela en la cocina, las frazadas ásperas de la pequeña cama en donde
dormía cuando era pequeño, el tic-tac de un reloj a cuerda, un tic-tac pesado,
metálico, que sonaba como se mueve un insecto que se arrastra lento y como el
tiempo, definitivo.
Roberto Camarra, mayo de 2016.
NADA DE LO QUE QUEDÓ.
Fotografías de
Roberto Camarra
En la sala 3 de FOLA,
(Fototeca Latinoamericana), Godoy Cruz 2620, Buenos Aires. Hasta el 12 de
Junio.
En el marco de la muestra
por el año 25 del Taller de Foto de la FADU, UBA.
También se proyectan de
manera permanente trabajos del Taller de Creación de Imágenes en el monitor de
la sala y se exhibe obra de Cortés, Salerno, Tubío, Zanela y Zampaglione.
Por el Taller de Creación de Imágenes.
Coordinador Roberto
Camarra
Coordinador del Taller de
Foto FADU, UBA.: Arq. Augusto Zanela.
Colaboración en la
producción del área de fotografía del Centro Cultural Recoleta: Adrián Rocha
Novoa, Gabriel Liporace, Carolina Santos, Myriam Suetta.
Colaboración en el diseño
del TCI: Lic. Gabriel Liporace, (1998-2008).
Asistente en la
producción: María Mohorade Cardús, (2008-2015).
En colaboración: Lucía
Luna,(2008-2015).
FOLA: Godoy Cruz 2620,
sala 3.
Lunes a Domingos de 12 a 20 horas. (Miércoles Cerrado), 5 al 12 de
junio de 2016.
http://fola.com.ar/wp/programacion/sala-tres/
Comentarios
Publicar un comentario