Nada de lo que quedó Entre 2009 y 2013 mis padres murieron. Cuando alguien muere quedan las radiografías de la enfermedad, las habilidades que tuvimos y que certifican los registros de conducir y los diplomas de la facultad, las fotos carnet y las cuotas de las asociaciones a las que nos sometimos, manojos de llaves inútiles, juegos de copas incompletos, huellas que recuerdan el tiempo del cuerpo en la cama y algo mal acomodado, a medio hacer, como prueba de que alguien se fue a las apuradas y nunca llegó a cerrar la puerta del patio. También quedan las paredes de la casa que se deteriora, los techos que se llueven, lo que ya los padres ancianos no podían detener, el azogue de los espejos que es el efecto de la locura y del tiempo, las manchas de la humedad, las ramas y las flores del palo borracho que tapan los desagües de la terraza, libros de colecciones de la editorial Kraft que ya no existe, tapas amarillas, y ajadas. Quedan las notas de amor en los cuadernos infantiles
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