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Boquitas Pintadas

Algunas tardes mi mamá me contaba de los juegos infantiles en las veredas de su infancia, cuando era muy pequeña y las calles eran el territorio de los chicos a la hora de la siesta, y mi mamá era una negrita llena de trenzas y sonrisa muy blanca  que jugaba con las chicas de la cuadra y con un compañero de juegos al que llamaban Coco. Años después, gracias a la inmovilidad de un accidente que me produjo hastío, encontré en una biblioteca llena de polvo y humedad en una casa que se cae abajo, uno de los libros que Coco escribió. Una novela hecha de cartas,  cartas que cuentan lo que pasa en un pueblo, con una chica llena de pasión y dolor y resentimiento que se fue a la ciudad y quiere saber de aquel al que amó, pero como murió, desesperadamente necesita saber algo, lo que no sabe y ya no sabrá. Nené quiere saber de Juan Carlos a través de preguntas en cartas escritas en papel, de esa época en cuando la letra salía de la mano, de la sangre que bombeaba el corazón al pulso que la guiaba. Cartas de amor de caligrafía desesperada: lo único que queda del que ya no está: lo que decimos, lo que intentamos recordar al escribir o al hablar mientras tomamos mate y comienza la novela de la tarde. La novela de Coco está hecha de cartas y la que me importa en la novela es La Raba, ya que es una madre soltera, hecha de dolor y de espera de algo que no va a suceder.

En Carlitos (1), la película de José Antonio Guayasamín ocurren desde la producción cosas extrañas, ya que la película tarda tres años en hacerse y llega a un festival a las apuradas. Pero en la génesis, como el director y su equipo tratan de ayudar a esa madre soltera que lidia con la violencia de Carlitos y con el otro hijo más pequeño y con el viejo de la casa que ya nada puede más que escuchar la radio del rezo a la noche, se quedan sin película, ya que le consiguen un trabajo a Carlitos, un joven al que le cuesta entender y que no habla y es el personaje de la película, en una fábrica de salchichas. Entonces comienza otra película hecha de espera. Y ahí vemos al pueblo de Guápalo y sus cuestas sinuosas, las fiestas populares, las maratones por el empedrado, las flores de las laderas, la devoción a la vírgen de Guápalo, los afiches de Correa en las casas del pueblito de Ecuador, la selva y los montes y la bruma que lleva agua. Y vemos a la madre llevar a Carlitos a la maestra para que pueda hablar, vemos a Carlitos trabajando en la fábrica, vemos a la madre llevando a Carlitos a la médica que le cure la piel, a la chica que le cure los pies, y cómo la madre festeja el primero de año con un fogata del muñeco que se lleva lo malo y con Carlitos disfrazado de vieja que la abraza. Vemos a la madre, única madre de una familia de padre ausente, sosteniendo al hijo que no puede entender y que aún así y lentamente arma un rompecabezas de sus posibilidades. Carlitos apenas puede articular palabra, pero ya es un joven de 21 años, y la madre sigue llevándolo por las cuestas empinadas a la maestra para que aprenda a saludar y pedir y para que empiece a conocer, reconocer, escribir la “a”,  la “a” de la fe de los que no pueden sino esperar. Un chico que no entiende y aún así lleva flores, como si fuera el príncipe de las flores de Guápalo.

Ahora que una amiga decidió irse muy joven, pienso en la madre escribiendo pequeños comentarios en facebook sobre su hija, escritos eléctricos que no son más que cartas de dolor y aún así llenas de la fe que no puede tener sino una madre que no se rinde ni aunque sus hijos se rindan.

Entonces pienso en Coco que jugaba con mi mamá en las veredas cuando era un niño y aún no era Manuel Puig y no había escrito Boquitas Pintadas (2) y me pregunto si habrá sabido cómo mi madre sería en el futuro, si habrá visto las mujeres que son niñas primero y que son mujeres luego que no se rinden, que son pequeñas de trenzas y despues criaturas perfumadas de boquitas pintadas y que aún así, cuando son madres y todos los demás abandonan, siguen esperando que sus hijos entiendan aunque no puedan entender, que aunque no puedan hablar, esperan que sus hijos hablen, y cuando todo es incierto, siguen, porque no pueden, y porque no quieren abandonar, y porque cuando todos los hombres se van, son las únicas que enfrentan al tiempo sin rendirse.




Roberto Camarra



1.- Carlitos. (Ecuador, 2014). Dirigida por José Antonio Guayasamín.

2.- Puig, Manuel. Boquitas Pintadas. Editorial Sudamericana, 1969, Buenos Aires

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