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Banalidades

El hombre que está con su familia, su mujer y sus hijos pequeños en una 4 por 4 enorme y lujosa, arroja toda la basura, vasos, bolsas de papas y papeles a la Avenida Corrientes. Cuando le recrimino desde otro auto lo que hace, me pregunta y vos quién sos? Y acelera y me corre para demostrarme que puede tirar impunemente por las ventanillas todos los otros restos de basura que le quedan.
El boletero del subte B le grita al viejo, sale de su cabina y le grita al viejo. Cuando le discuto me dice: vos que te metés? Y amenaza como amenazó a alguien de más edad, que comete el pecado de no tener cambio: alguien que no puede defenderse del tamaño o la violencia del agresor.
El hombre va en zigzag y a toda velocidad con una moto pequeña por la Av Córdoba y lleva a un pibe, chiquito, sin casco. Cuando le grito que no haga eso me contesta: y vos quién sos? Yo hago lo que quiero. Y dobla peligrosamente por Junín.
En La Habitación del Hijo, de Nani Moretti, (Italia,2001), sucede lo indecible, lo innombrable. El hijo muere, así por accidente, con la cruel brutalidad de la no despedida. Los padres quedan, desorientados, como creo que quedamos todos cuando perdemos a alguien cercano y no sabemos exactamente qué hacer ni a quién gritarle. El padre es un sicoanalista, y escucha en el tedio de las sesiones a sus pacientes que siguen pensando en sus egoístas cosas nimias cuando en realidad lo que él necesita es llorar y no dejar de llorar para que alguien le explique lo inexplicable.
Tanto Wakolda de Lucía Puenzo, (Argentina, 2013) como Hannah Arendt de Margarethe Von Trotta (Alemania, 2012) son películas que se plantean en un punto lo mismo. Si somos responsables, de qué cosas y en el fondo, quién es el hombre, de qué es capaz, quiénes somos. Hay una fría vanidad indiferente en los personajes que recorren la película de Puenzo, como hay un coraje incómodo en detenerse a pensar, en saber qué sentimos, qué cosas pasan y por qué fueron, y peor, porque aún son posibles en el film de VonTrotta.
Hacia el final de La Habitación del hijo, los padres buscan y encuentran una posible novia o amiga o conocida de su hijo. Ella apenas puede decirles nada más sobre su hijo, pero los padres no pueden desprenderse de ella así que ofrecen llevarla en su auto por la ruta, hacia la frontera del viaje de verano que ella hace con su nuevo novio.
El padre maneja y cruza las ciudades y la chica y el novio nuevo duermen en el asiento trasero. ¿Duerme también el hijo que ya no está con ellos en el auto? ¿Suspenden el viaje en el auto y la ruta el tiempo y las preguntas y el dolor?
Cuidan a esa chica que duerme cuando cruzan las ciudades llevándola a su destino porque ella que alguna vez conoció a su hijo, es lo único que les queda de él, alguien que alguna vez lo vio, cuando era, cuando casi fue un futuro. La cuidan como se cuida un tesoro: como quién cuida los restos de un recuerdo, amable, amorosamente; tal vez, intuyendo que el banal horror indiferente desaparece en el amor pequeño, inocente, inútil.

Roberto Camarra

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